Donald Trump contra la historia estadounidenseNEWS | 16 November 2024Este artículo es parte de “ Si Trump gana ”, un proyecto del número de enero/febrero de 2024 de The Atlantic que considera lo que Donald Trump podría hacer si fuera reelegido en noviembre. El proyecto ha sido traducido del inglés. Lee el artículo original aquí
El otoño pasado, en una pequeña fundición del sur, la cara de Robert E. Lee fue colocada en un horno que alcanzó una temperatura de más de 2.000 grados Fahrenheit. A medida que el calor aumentaba, un inquietante brillo rojo y anaranjado apareció en el rostro cortado de Lee, y las grietas que dividían sus mejillas bronceadas comenzaron a verse como corrientes de lágrimas oscuras bajo sus ojos. El rostro de Lee alguna vez fue parte de una estatua más grande del general confederado que se encontraba en Charlottesville, Virginia, y estuvo en el centro de las protestas y contraprotestas durante la infame manifestación “Unite the Right” allí en 2017. La ciudad retiró la estatua en 2021 y la entregó a un museo local de historia negra. Una vez fundido, el bronce de la estatua se reutilizaría para convertirlo en una nueva obra de arte público.
Mientras contemplaba la cara de metal de Lee brillando como un pequeño sol en el oscuro universo del taller, pensé en la declaración emitida por el expresidente Donald Trump cuando la estatua cayó. “Muchos generales consideran que Roberto E. Lee es el mejor estratega de todos”, había escrito Trump, reafirmando sus elogios pasados hacia el líder confederado. Trump le estaba implícitamente diciendo a sus seguidores: vinieron por Lee y luego vendrán por ti. No es difícil ver por qué los metalúrgicos que fundieron la estatua de Lee lo hicieron en un lugar no revelado; según los informes, temían por su seguridad.
La afirmación de que Lee fue un estratega brillante es parte de la mitología de la Causa Perdida que los historiadores han desacreditado en gran medida. Aún así, vale la pena detenerse a considerar por qué Trump se ha esforzado, en varias ocasiones, en elogiar a un hombre que dirigió un ejército que lucho en una guerra basada en mantener y expandir la institución de la esclavitud. El propio Lee fue dueño de esclavos y torturó a quienes esclavizó; un hombre dijo que Lee “no estaba satisfecho con simplemente lacerar nuestra carne desnuda, [él] luego ordenó al supervisor que nos lavara minuciosamente la espalda con agua salina”. Lee también argumentó que la esclavitud beneficiaba a los afroamericanos, considerándola “necesaria para su instrucción como raza”.
Trump no es un estudiante de historia militar ni de ningún otro tipo. Pero sabe muy bien lo que la defensa de Lee le indica a sus partidarios, muchos de los cuales ven al general como un modelo del cristianismo sureño, masculino y blanco. La nostalgia por un pasado en el que los hombres cristianos blancos poseían el poder político de la nación siempre ha estado en el centro del atractivo de Trump; su eslogan más duradero, “Haz que Estados Unidos vuelva a ser grande”, es una promesa nada sutil por restaurar precisamente esa jerarquía.
Trump llegó al poder en 2016 gracias a esa promesa. Ahora que se postula para un segundo mandato, ha prometido aún más: imponer sus afirmaciones históricas dañinas y erróneas en los planes de estudios escolares e inculcar una cultura de miedo en las aulas que se atrevan a desviarse de su narrativa histórica preferida en todo el país.
Aunque la política educativa se establece más directamente a nivel estatal, el Departamento de Educación tiene $79 mil millones de fondos discrecionales que puede utilizar como “palo y zanahoria”, para alentar a los estados y distritos escolares a enseñar, o impedir que enseñen, ciertos temas de ciertas formas. El plan de política educativa de Trump para 2024 promete recortar los fondos federales a cualquier escuela o programa que incluya la “teoría crítica de la raza, ideología de género u otro contenido racial, sexual o político inapropiado” en su plan de estudios. En Texas, Florida y otros estados controlados por los republicanos, los educadores ya están siendo condenados al ostracismo por intentar enseñar partes de la historia estadounidense que no presentan a los estadounidenses cristianos, blancos y heterosexuales como protagonistas principales. Los docentes están siendo castigados por abordar la historia de políticas que segregaron, violaron los derechos u oprimieron a aquellos cuyas identidades no pertenecían a ese grupo. Trump alentaría tales sanciones a escala nacional.
Lo que Trump y el movimiento MAGA quieren es un país donde a los niños se les enseñe falsamente que los Estados Unidos siempre ha sido un faro de rectitud. A pesar de las muchas virtudes de nuestra nación, la verdad de su pasado es desgarradora y complicada. La esclavitud, Jim Crow, el desplazamiento y matanza de los indígenas, las leyes antiinmigrantes, la supresión de los derechos de las mujeres y la historia de violencia contra la comunidad LGBTQ: estas cosas manchan la versión MAGA de la historia estadounidense.
En septiembre de 2020, Trump celebró una “Conferencia en la Casa Blanca sobre la historia estadounidense”, en la que anunció que establecería la Comisión 1776 para crear estándares para la “educación patriótica”. (El nombre de la comisión era una referencia directa a y una reprimenda de “El Proyecto 1619”, una serie del New York Times que describió la centralidad de la esclavitud en los orígenes de los Estados Unidos). “Debemos despejar la retorcida red de mentiras en nuestras escuelas y aulas y enseñarle a nuestros niños la magnífica verdad sobre nuestro país”, dijo Trump en un discurso ese día. “Queremos que nuestros hijos e hijas sepan que son ciudadanos de la nación más excepcional en la historia del mundo”. Trump abraza, acríticamente, la idea del excepcionalismo estadounidense. Pero la “verdad sobre nuestro país” no siempre ha sido magnífica para todos los estadounidenses, en particular para aquellos a quienes, durante generaciones, se les negó el acceso al avance social, económico y político.
Una parte central del proyecto de Trump es describir la presentación de evidencia empírica como un intento de adoctrinamiento ideológico. La afirmación de que este país ha impedido que millones de personas logren una movilidad ascendente no debería ser controvertida; refleja políticas reales como el arrendamiento de convictos, la segregación escolar y los convenios de vivienda. Sin embargo, para Trump y sus aliados, cualquiera que haga tal afirmación ha sido víctima de un “movimiento radical” que ve a los Estados Unidos como un país inherente e irremediablemente malvado. Un profesor que afirme que la Confederación se separó de la Unión debido a la esclavitud y al racismo es un miembro de la “muchedumbre woke”, sin importar el hecho de que los estados secesionistas dijeron esto directamente en sus declaraciones de secesión. (Mississippi en 1861: “Nuestra posición está completamente identificada con la institución de la esclavitud, el mayor interés material del mundo”). Un maestro de escuela primaria que destaque la importancia de las figuras LGBTQ en la historia del activismo estadounidense es reprendido por ser parte de un esfuerzo por imponer la sexualidad a los estudiantes, sin importar el hecho de que Bayard Rustin, Harvey Milk y Marsha P. Johnson jugaron un papel indiscutible en la configuración de nuestra vida política.
Trump preferiría simplificar lo complejo y celebrar lo aborrecible. Preferiría ignorar todo lo que no se alinee con una narrativa que sugiere, como lo hizo cuando anunció la Comisión de 1776, que “crecer en los Estados Unidos es vivir en una tierra donde todo es posible, donde cualquiera puede ascender y donde cualquier sueño puede hacerse realidad”. La noción de que los estadounidenses deben reconocer múltiples realidades a la vez (que George Washington fue a la vez un héroe de la Guerra Revolucionaria y un esclavizador que contrató cazadores de esclavos para recuperar sus propiedades fugitivas, por ejemplo) es un anatema para esta visión del mundo.
La Comisión 1776 publicó su informe el 18 de enero de 2021, dos semanas después de que Trump inspirara a miles de personas a atacar el Capitolio de los Estados Unidos y dos días antes de la toma de posesión de Joe Biden. Al asumir el cargo de presidente, Biden puso fin a la comisión. Trump ha mostrado un claro compromiso de continuar su trabajo.
En un segundo mandato, Trump tendría aún más razones para promover la reescritura del pasado estadounidense. El 6 de enero de 2021 fue uno de los días más oscuros en la historia de nuestro país. El movimiento MAGA ya ha intentado convertirlo en una Causa Perdida contemporánea, enmarcando a los insurrectos como héroes patrióticos con una misión justa para protestar contra unas elecciones manipuladas. Según esta narración, las personas acusadas de la violencia y destrucción que infligieron son “presos políticos” inocentes. Esto también es peligrosamente ficticio.
La educación más patriótica es aquella que exige que aceptemos la totalidad, la complejidad y las inconsistencias morales del proyecto estadounidense. El trumpismo busca censurar los intentos de contar este tipo de historias. Trump dice que se concentrará en estos planes si es reelegido. La historia nos ha enseñado que debemos creerle.Author: Clint Smith. Source